viernes, septiembre 16

Ella

Atardecía poco y mal sobre el mar de Septiembre. Parecía, casi, como si el Sol no tuviera prisa por llegar al horizonte. Que se fuese demorando en esos mil reflejos que las olas mecían, esperando algo. Una brisa suave y fría ahuyentaba a los bañistas. A pesar de eso, algunos se resistían a abandonar el agua. Su presencia me molestaba. Quería estar solo. Debería haber sabido que una playa en Septiembre aún no es el mejor lugar para conseguirlo. Pero, de hecho, ni entendía por qué había ido hasta allí. Algo tiró de mí. Una necesidad, una angustia, un anhelo. Se me apareció de repente la imagen de esta pequeña cala y la sombra de los recuerdos felices que traía consigo. Alejé los recuerdos. No quería recordar. Pero quedó, no obstante, el apagado eco de una sensación placentera. Y me dejé llevar. Me dejé llevar hasta aquí. Sin embargo, nada encajaba ya como antaño. No estaba ella, no estaban ellos y el Sol no quería marcharse. Todo resultaba enojoso y equivocado. Mi medio resfriado se complacía en el frío y el viento y la congestión parecía ser lo único real, lo único que verdaderamente estaba allí y era mío y para mí.
Quise cerrar los ojos. Transformarlo todo en un esfuerzo de voluntad. No recuerdo haberlo hecho. Pero de repente había atardecido. Ya no había retazos de Sol en el agua y los colores del cielo perdían color. ¿Dónde estaba la gente? ¿Por qué no soplaba el viento? A mi alrededor todo parecía haberse congelado y tan sólo yo era lo único que se movía, respiraba y latía. Entonces… entonces apareció ella. Y hasta yo dejé de sentir que vivía. Apareció ella, salía del mar. ¿De dónde? ¿Era una bañista de la cual hasta ese momento no me había percatado? Se movía con lentitud y el agua parecía acariciarla, como queriendo retenerla. Pero su paso era firme y seguro y cada vez la alejaba más del horizonte para traerla hasta mí. Dos piezas de ropa blanca cubrían apenas su hondura. Esos dulces contrastes de sombra, volumen y armonía. Su pelo mojado apresaba la brisa y el Sol que ya no estaban, que sólo en ella y por ella parecían volver. Levantó la cabeza. Me miró. Con esos ojos negros, grandes, tristes. Y tuve miedo. Un miedo cerval que me recorrió entero. Porque supe, justo en ese momento, que había cambiado mi vida.

3 Tu opinión es importante:

Blogger Pablo Gutiérrez said...

Vivir un drama intenso ante una imagen congelada. Una bolsa mecida por el viento, una mano que acaricia un campo de trigo... ELLA.
¿Quién no se ha conmovido alguna vez por esa quietud? ¿Por esa belleza acompañada por la banda sonora que compone el viento?

Un comentario contra el spma. Gran relato amigo Toni.

Qué recuerdos...

11:58 a. m.  
Blogger devorador de cómics said...

muy bueno.
La semana que viene, a orillas del índico, sentiré la misma sensacion

12:36 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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10:18 p. m.  

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