GRAN HERMANO

Cuando el gobierno decidió implantarnos el chip de Control, pocas veces se levantaron en contra de la medida. La última ola de atentados suicidas, había creado tal inseguridad en la ciudadanía, que cualquier medida que ayudara a combatirla era aplaudida.

Por medio de la nanotecnología, todos teníamos un identificador colocado en algún punto de nuestra anatomía. De esa forma, desde mega instalaciones creadas para ello, todos los movimientos eran controlados.

Los primeros en caer fueron los inmigrantes ilegales. Si no llevabas chip, no podías acceder a ningún medio de transporte, edificio oficial...Se convirtieron en apestados, apartados de nosotros. Si eran identificados, se les expulsaba inmediatamente, a unas zonas llamadas “neutras” creadas en los países con menos recursos, a cambio de recibir cuantiosas ayudas que sólo ayudaban a enriquecer a los corruptos gobernantes.

Después, y a la vista que muchos de los terroristas eran ciudadanos normales, se empezaron a implantar nuevos chips. Éstos sólo los llevarían los sospechosos de pertenecer a grupos armados. Así siempre sabríamos donde estaban y si se reunían con otros con el mismo dispositivo.

Tampoco fue suficiente para parar la escalada de atentados, que lejos de disminuir, aumentaban, debido al resentimiento de algunas comunidades, que veían como sus derechos estaban siendo reducidos.

Luego, se dispuso que todos debíamos tener una rutina. Para nuestra propia seguridad, se nos indicó horas de entrada y salida de autobuses, metro...Nada quedaba a la mano de la improvisación. La jornada de trabajo, invariable de nueve a cinco, las vacaciones con dos o tres años de antelación. Se acabó lo de decidir a última hora salir el fin de semana, o quedar para tomar unas cañas en un bar cercano. Todo perfecto, sin nada que escapara al control.

Claro que, en el camino perdimos la libertad.