Finalmente

Sé que no quería empujarla así, sólo apartarla, pero para ser honestos los dos estábamos tan a punto de perder el control que ni me fijé. Ella se raspó el hombro desnudo contra el muro del callejón, vi cómo se lo frotaba dolorida mientras, con una expresión que bailaba entre la sorpresa y la rabia, prácticamente me escupía sus primeras lágrimas.

–Te crees demasiado bueno para mí, es eso ¿no?

No dije nada: nada tenía que decirle. Una disculpa estaba por completo fuera de lugar. Se cerró la cremallera del vestido y volvió a colocarse la máscara. Hizo restallar el látigo a un palmo de mi rostro por última vez, antes de volver a perderse en las sombras.

–Si esto es lo que quieres, es lo que tendrás: siempre estarás solo.

Ni me moví, ni siquiera pensé en seguirla, y las palabras me sonaron tan a lamento de adolescente confundida que apenas les presté atención: no eran propias de la Gata.

Pero el caso es que después de esa noche jamás volvimos a vernos. Ella borró su rastro a conciencia. Cuando, meses más tarde, me lancé en su búsqueda, fue como si hubiera desaparecido de las ciudades, de nuestro Gotham y de la ciudad que era el mundo.

Una victoria amarga, sí, lo pienso aún. Una sin héroe ni villano. Y la más definitiva, la que no tendría remedio. Aunque también la más fácil. La que conseguí con un simple silencio.

La que hizo que mi amor, finalmente, se cansara del juego.