REGALOS

Aún lleno de tierra y sudor, Paul Leink brillaba como el Sol. Siempre había sido así. Era especial y con sólo una sonrisa, daba luz a su alrededor.

Sus padres, asustados al principio, asombrados y orgullosos después, intentaban cubrir con maquillaje ese color oro de su piel. Elegido le llamaban algunos, engendro del demonio otros.

Él distante y ajeno a las envidías y recelos de sus vecinos, jugaba, reía, amaba, lloraba como el resto de sus compañeros de clase.

El día en que Paul sanó a Michelle, todo cambió. Jugaban,cuando la niña tropezó y se rompió el brazo. Paul, se acercó y puso sus manos sobre la fractura. Un intenso fogonazo y al instante, el hueso estaba en su sitio. Ni rastro de roturas ni heridas.

Primero fue su vecina Gina Lokovitz, una sesentona a la que se le iba la vida a cada paso. Buscaba acabar con su sufrimiento. Y el chico lo consiguió.

De boca en boca corrían las historias por el pequeño pueblo de Deuxville. Algunas curaciones milagrosas mas, hicieron que todo el pueblo se reuniera en la Iglesia.

El párroco, Agnus Johansson, piel de cordero, garras de lobo, utilizó aquella situación en su favor.
-El demonio está entre nosotros. Debemos acabar con él. Dios lo quiere así.

Sus padres acabaron en la hoguera, acusados de brujería. Entre lágrimas, suplicaron que su hijo no acabara como ellos.
-No es un demonio, es un regalo – dijo Danna, la madre, cubierta de llamas.
-¡No la escuchéis!; Está maldita.
Agnus no contó como la noche antes de verlos morir, gozó del cuerpo de la madre. Excusaba a su conciencia diciéndose que era necesario humillar al Diablo.

Paul, mientras tanto, observaba aterrorizado como sus padres ardían. Era solo un niño y no comprendía lo que estaba ocurriendo. ¿No era también él un hijo de Dios?...

Dos días duró su suplicio; golpeado, violado por un Agnus abandonado a su lascivia...Horas antes de su muerte, lleno de barro, seguía brillando.

Y brilló como una estrella fugaz al contacto con el fuego. El párroco y los más cercanos, quedaron cegados de por vida. Al resto, les invadió un sentimiento de culpa al sentirse traspasados por el intenso fulgor.

Desde el cielo, el Dios de Agnus se lamentaba de lo ocurrido. Había mandado un regalo a los que le adoraban, ¿tanto les costaba ver la verdad?, ¿En qué se había equivocado?