BLANCANIEVES

Ya no era como antes, cuando su belleza era la envidia de todo el reino y causaba admiración en todos los rincones que visitaba. Ahora, Blancanieves ni siquiera se atrevía a mirarse en el espejo. Sabía que él mentiría, cuando respondiera a la pregunta: “Espejito, espejito, ¿Hay alguien mas hermosa que yo?”.

Ahora, su esposo correteaba, como un colegial, detrás de las sirvientes, en busca de la juventud que ella ya no le podía dar. “Príncipe...¡Bah! un viejo lascivo y lujurioso, eso es lo que és”.

Sus antiguos amigos y confidentes, se convirtieron en un estorbo el día que se negaron a cederle la productiva mina de diamantes. Los estúpidos enanos no fueron rivales para su Guardia Real y sus cuerpos deformes, fueron exhibidos en cada almena del Palacio.

Pero su amargura era nueva. Un veneno recorría su cuerpo; Una muchacha, casi adolescente, rivalizaba con ella. Por todo la corte, se comentaba que nunca antes se había visto belleza igual. Ni siquiera Blancanieves en sus mejores años habría estado a la altura. Y eso era algo que no iba a permitir nunca.

Aquella mañana, Blancanieves encontró la Rueca, o quien sabe si no fue al contrario. “La utilizaré con ella; Con el tiempo, nadie la recordará y seguiré siendo la mas hermosa nunca vista”.

En lo más profundo del bosque, apartada de la vista de todos, rodeada de algunos animalillos la hermosa niña descansaba, sumida en un sueño eterno. Un hombrecillo, pequeño y rechoncho se acercó, curioso,

- ¡Venid!, ¡Es una muchacha!- gritó, alertando a sus amigos.
Y una vez mas el cuento, volvería a revivir.