Mis imperfectas vacaciones

El despertador, lo paro apenas cuando ha empezado a sonar. La ducha, agua caliente, aunque no mucho, pero con mucha presión, con mi champú especial, exactamente como a mí me gusta. Un zumo, un café templado y nada sólido, mi preferido recién levantado. Un viaje tranquilo, oyendo en la radio el programa que me gusta escuchar, donde los atentos conductores salen disparados en los pocos semáforos que cojo cerrados. Voy con tiempo para un segundo café. Hay bastante gente en la cafetería, pero consigo pedirle un café con leche largo de café y con la leche fría, que me sirve casi al instante y justo como se lo he pedido, a la vez que me ofrece una larga lista de acompañamientos para éste. Él sabe que no, que no querré nada, sólo me está dando tiempo para que le pague, a la vez que me da la vuelta. Subo a la oficina y arranco el equipo. Tarda lo suyo, sobre todo hasta que entra el correo de trabajo, lo cual aprovecho para leer mi correo privado a través de Internet, que va como un tiro. Tardo poco en revisarlo, casi todo es spam. La mañana va a las mil maravillas, todo está como yo quiero que esté, como me hace sentir cómodo. Todo perfecto.
Pasan cinco minutos y no han entrado aún todos los correos. Pasan cinco minutos más, todos los correos, más de 300, están ya en mi bandeja de entrada. Pasan otros cinco minutos. Y cinco más. Y otros cinco más. Sigo paralizado otros cinco minutos más, y ya va más de media hora.
Echo de menos la ducha con poca presión, incluso quedarme sin agua caliente a la mitad y lavarme el pelo con gel. Echo de menos un desayuno en que pida un café con leche fría y me traigan un café horrible que está cociendo y un bollo de ayer, quince minutos más tarde. Echo de menos coger a duras penas una aburridísima emisora local en la radio del coche mientras desespero por la parsimonia del resto de conductores, para llegar al ciber donde me espera una conexión lenta. Echo de menos mis imperfectas vacaciones.