
El pescador aceptaba con resignación su mala suerte. Tres días llevaba en alta mar, alejado muchas millas de la costa, buscando alguna captura que llenara su estómago y le permitiera sacar algún provecho en la lonja.
Sus manos, agrietadas por el sol y la sal, se disponían a recoger los aparejos y dar por terminada la jornada, cuando, escuchó una voz;
- ¡Espera!- sonaba dulce y melancólica
Buscó con la mirada el lugar de donde provenía; A su espalda, entre las olas, una figura femenina aparecía.
“Una sirena” pensó lleno de sorpresa y terror. Había escuchado muchas historias acerca de esos misteriosos seres que arrastraban hasta el lecho marino a los marineros.
- ¡Aléjate!. No quiero tratos contigo, criatura – su voz era endeble, apenas audible.
- No temas, no quiero hacerte ningún mal.
Era imposible no creer a aquella criatura tan hermosa. Parecía un Ángel; ¿Por qué debía temerla?...
- ¿Qué quieres?- preguntó el pescador, temeroso.
- Te conozco. Vienes todos los otoños buscando los bancos de peces que cruzan las aguas. Cada año, tus redes se llenan menos que el anterior y eso te apena.
- Así es; El mar me ha abandonado.
- Yo te ayudaré a encontrar nuevos lugares donde la pesca será abundante.
El hombre sabía que debía desconfiar pero, ¿Cómo hacerlo si la mirada y la voz de la criatura sonaban sinceras?. “¡No!, no la escuches, seguro que es sólo un ardid para acabar conmigo”.
- ¡No te creo, arpía!. Vete y no utilizaré mi arpón en tu contra.
- ¡Esper...
El arpón salió de las expertas manos del pescador a una velocidad endiablada. La Sirena, apenas tuvo tiempo de suspirar. El metal se alojó en su corazón y en unos segundos, se perdieron entre las negras aguas.
En el puerto, la historia se convirtió en una nueva leyenda acerca de las traicioneras criaturas y de cómo mediante engaños les intentaban atraer hasta el fondo del mar.
Entretanto, Neptuno, Dios de los Océanos, lloraba a su hija que, ingenua, decidió ayudar al desconfiado marinero. “Esto nos enseñara a desconfiar de los maliciosos humanos, seres envenenados por sus propios miedos” pensó mientras sus lágrimas se convertían en furiosa tormenta.